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Frase de la semana

Frase de la semana

martes, 16 de julio de 2019

Siento que doy mucho y no recibo ...

Un tema que provoca bastante dolor y que aparece con frecuencia en mis sesiones es el deseo de recibir “algo” a cambio de lo que hemos hecho por el otro. Algunas veces las personas se quejan de que dan mucho a otras personas y en cambio no son recompensados, ni gratificados como desearían. Esto suele ocurrir dentro de relaciones de pareja, amigos, compañeros de trabajo, cuidadores, familiares… Situaciones que suelen venir acompañadas de emociones como la rabia, el enfado y la tristeza, y de pensamientos que en muchos casos pueden estar distorsionados.

Como consecuencia de ello la persona suele encontrarse al frente de una situación de posible pérdida, bloqueo, o distanciamiento de la relación. Por ello considero interesante hacer alguna reflexión al respecto y conocer algunas de las variables que están detrás de estas conductas y de esta situación que en algunos casos resultan tan compleja de manejar.

¿Por qué nos gusta ayudar o hacer cosas por los demás?

Las personas somos seres sociales, programadas para ayudar a los demás. Eso ya facilita el deseo de “dar”, es decir, llevar a cabo conductas que nos puedan despertar emociones y sensaciones agradables, conductas que provoquen en el otro una respuesta que nos haga sentir queridos, valorados, respetados, apreciados, que nos haga ver que somos importantes para los demás y conductas que generen la vivencia de tener un vínculo personal. A partir de ahí empieza nuestra andadura y nuestro aprendizaje.

Las conductas que aquí englobamos en ese “dar a los demás” son aprendidas y mantenidas en el tiempo gracias a los refuerzos que por ello recibimos. Si observáis más en detalle estamos hablando de unos reforzadores muy potentes ya que están muy en relación con la autoestima, la autovaloración, la imagen personal y la integración social.

Hay que considerar otro tipo de aprendizaje que interviene también aquí: el que da lugar a conductas que son gobernadas por reglas. Estas son normas sociales, principios, valores, creencias desarrolladas a través de experiencias de vida… Un ejemplo son las normas en relación a la reciprocidad, a la ayuda a los necesitados, al cuidado de los mayores… También se mantienen porque proporcionan reforzamientos internos e individuales (“soy una gran persona”, “he hecho lo que mi corazón me pide”….), y también externo (los demás nos gratifican, nos dan muestras de cariño…). Seguir las reglas evita la posibilidad de sentirnos malas personas, culpables, irresponsables, injustos…

No quiero dejar aquí sin hacer referencia al aprendizaje imitativo, los patrones educativos, las normas generacionales….

Si sumamos todo lo anterior podremos comprender por qué deseamos ayudar a los demás. 

¿Por qué damos a veces hasta límites insospechados?

Cuando las personas no obtenemos nuestro refuerzo, cuando se activa el miedo al rechazo, a la perdida, la culpabilidad, la vergüenza, el miedo a la soledad, a no sentirnos válidos… solemos intensificar las acciones encaminadas a su obtención. En ocasiones, lo que ocurre es que buscamos soluciones desde una mente más emocional que racional. Por ello a veces hacemos “de más”.

Vale yo doy, y ahora sé por qué lo hago, pero lo que me hace sentir mal es que “lo he dado todo” y no recibo lo que debería
Para comprender mejor qué es lo que ocurra ahora, haré referencia a varios temas:
  • Las circunstancias de la situación: no todos los momentos son iguales, ni las personas se encuentran de la misma manera, ni nos encontramos con seres con mentes como la nuestra. Cuando nosotros hacemos algo por alguien son muchas las circunstancias que se pueden dar: que la persona que lo recibe sepa recibir pero no haya aprendido a dar; que el otro no esté en su mejor momento para apreciar lo que recibe; que el otro no tenga las herramientas necesarias para saber dar; que el que recibe no lo necesite y el que da eso no lo ve; que el que da lo haga obsesivamente e incluso canse al otro; que las expectativas del que da no sean las adecuadas…. ¿qué quiero decir con ello? Estamos dando algo a una persona que tiene toda una historia de vida y un aprendizaje que es absolutamente individual. No es ni mejor ni peor, es el suyo.
  • Qué me lleva a dar: conocer los refuerzos que mantienen nuestras conductas. Qué gano y cuál es el beneficio de hacer lo que hago. Es bueno plantearse si hay alguna necesidad que queremos cubrir a través de lo que hacemos. Para dar en su justa medida, tenemos que mirarnos primero a nosotros mismos.
  • Cómo estamos nosotros: analizar cómo está nuestra autoestima, nuestra seguridad personal, cuáles son nuestros miedos, si lo que hacemos pone el foco en los demás para encontrarnos bien. Nos dan la pista pensamientos del tipo: ¿si no voy a recoger a esta persona me la montará?, ¿no sé cómo decirle que no me viene bien?
  • Estar bien para poder dar: Entender que para poder dar a los demás necesitamos tener bien nuestras áreas de vida. Contar con equilibrio y estabilidad emocional. Querernos y cuidarnos es lo que nos protege. Observa donde están los límites que te protegen, qué te hacen sentir bien contigo mismo. Tú eres quien los pone.
  • Lo que hacemos es nuestra decisión: Dar es una decisión que nosotros tomamos. Y lo hacemos en base a todo lo que hemos comentado antes.
  • Lo que hace el otro también es una decisión: El otro también decide. Y lo hace también bajo sus circunstancias, bajo su aprendizaje, bajo su autoestima…. Variables que nosotros nunca vamos a poder controlar. Por todo ello, no podemos imponer nuestro criterio.

Cómo resuelvo mi malestar. Cómo consigo que esto no me vuelva a pasar
  • Acepta tus emociones: si te has hecho a la idea de ser recompensado y no lo eres, si esperabas del otro algo que no recibes, es legítimo que puedas sentirte disgustado, enfadado, con sensación de ser injustamente tratado.
  • Analiza la situación: Una vez que has identificado tu emoción, analiza la situación. Lo que ocurre en el momento presente. Observa tus pensamientos, creencias, reglas, expectativas, actitudes, acciones. Hazlo como un observador externo y llegarás a ver más de lo que en ese momento eres capaz de ver.
  • Trabaja tu persona: Analiza tus carencias y limitaciones. Analiza si tus esfuerzos por dar al otro están basados en valores y enriquecimiento personal o en tus miedos y sensaciones amenazantes. La relación que debemos cultivar es la que tenemos con nosotros mismos. Cuando te sientas válido y seguro podrás ser amable con los demás sin esperar nada a cambio.
  • Aprende a vivir con tus propias herramientas: no es bueno necesitar a los otros para sentirnos seguros.
  • Cualquier decisión tiene que ser libre: La tuya y la de los demás.
  • Ten en cuenta la perspectiva del otro: Sé capaz de ver la situación desde la perspectiva de ambos.
  • Cultiva la compasión contigo y con los demás: empieza por ti mismo. Sé comprensivo, tolerante, cordial, y afectuoso contigo mismo, y será mucho más sencillo llevarlo a los demás. Acepta los errores y las debilidades tuyas y, las de los demás. No hagas uso de la crítica ni del juicio.
  • Trabaja para eliminar tus rencores y resentimientos, si es que los hay.
  • Reorienta la situación: puedes intentar buscar una solución al problema. Aclarar lo que ha pasado suele ser una gran ayuda a la hora de desbloquear la situación. Haz uso de una buena comunicación. 
Espero que estas pautas te abran el deseo de reflexionar y de profundizar tanto en tu malestar, como en los procesos de la mente humana.

Si no te ves capaz de ponerlo en práctica o te sientes perdido a la hora de cambiar tu situación, pide la ayuda del profesional. No olvides que la felicidad no te va a llegar de los demás. La felicidad está en ti, y solo tú eres responsable de hacer cosas para llegar a ella.

1 comentario:

  1. Artículo muy interesante y útil. Me parece un tema muy importante ya que la mayoría de las personas alguna vez nos hemos sentido así.
    ¡ENHORABUENA MARÍA JESÚS!

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